MENÚ
Estamos trabajando, en la versión móvil de esta historia. Te invitamos a visitar esta página desde tu computador.

Hacia el año 1500 y después de cuarenta generaciones de ancestros, en nuestra tierra de Usme nació un niño muisca llamado Guecha. Así como los que estuvieron antes de él, sembró maíz, aprendió a fabricar cerámica, ayudó a cazar venados y pescó peces capitanes. 

Allí creció y se convirtió en un joven líder de su comunidad. Sus abuelos le enseñaron a leer los mensajes de los animales y las plantas por lo cual era muy apreciado entre los suyos.

Un día, Guecha notó cambios en los signos del paisaje y fue a preguntar a los sabedores de Usme.
Chubaquyn

— Un aire desde el norte viene. Viaja con la sal y seca las gentes a su paso.

Supquaquyn
— Si las guapuchas no pintan sus vientes de amarillo, la tierra estará seca y el alimento hará falta.
GUECHA

— Suetyba, Spquaquyn, Chubaquyn, he visto a los pájaros y a los peces. Las guapuchas de la quebrada la Fucha no han anunciado la lluvia. Las golondrinas enfermaron

¿Llegará el agua a estos valles?
¿Habrá fertilidad para la tierra?

Suetyba
— Los pájaros cambiaron de rumbo y ahora perecen sobre las copas de los árboles.

Los muiscas elaboraban figuras de oro y cobre para hacer ofrendas a sus dioses y al territorio. A través de estos objetos representaban personas de la comunidad, héroes históricos y animales que cobraban vida para comunicarse con el mundo sobrenatural. Por medio de estas ofrendas los indígenas pagaban a la naturaleza por lo que tomaban de ella.

Al igual que las golondrinas, las personas de la comunidad enfermaron. Sus cuerpos sufrieron y sus pieles se llenaron de marcas. Muchos murieron de manera súbita.

Suetyba encargó a Guecha darle tunjos a la tierra para restablecer el equilibrio.

– Probablemente –, mencionó Chubaquyn, –habían cazado demasiados venados y los debían pagar–.

Como le enseñaron los antiguos, Guecha y sus hermanos avivaron el fuego con su aliento para fundir el oro y fabricar tunjos. Una vez terminados, se los dieron a Chubaquyn para que los depositara en las cuevas del páramo.

Fucha

— Tiempo después, escuchamos un ruido que fue creciendo e hizo temblar la tierra. A pesar de nuestras ofrendas, el aire que presagió Chubaquyn llegó en forma de seres con barbas y piel pálida. Rodearon nuestro cercado con sus venados gigantes sin cuernos y sus perros con aguijones y voz de trueno.

De repente atravesaron la empalizada. Nos sacaron de los bohíos y nos reunieron a todos en el patio. Con ellos venía un muisca de Fontibón que nos preguntó por el cacique. Yo fui a buscarlo a la chucua*, y allí lo encontré con Guecha. Cuando regresamos, notamos que estos hombres extraños habían tomado los tunjos que teníamos en el santuario. Una vez terminaron de hablar con nuestro cacique, le quitaron las mantas, el tocado y se marcharon.

Los muiscas de Usme no comprendieron por qué estos seres tomaron los objetos de sus santuarios y se marcharon

¿Esas personas también ofrendaban tunjos a sus dioses?

¿Eran acaso muiscas de otras tierras que andaban sobre sus venados?

La gran duda que tenían hizo que hombres y mujeres de la comunidad fueran a buscarlos. Se vistieron con sus más finas mantas, tomaron sus macanas y sus propulsores y prepararon las momias de sus ancestros. Así partieron con gran festividad en medio de bailes y cantos, en dirección a Bosa, en donde se refugiaban los españoles.

Al verlos llegar, los españoles pensaron que los indígenas estaban allí para tomar venganza y los atacaron con sus ballestas.

Una de las flechas alcanzó a Guecha y atravesó su pierna derecha, dejándolo gravemente herido. En medio de la confusión, los españoles liberaron a sus perros de guerra y los muiscas salieron corriendo en desbandada.

Camino al cercado, los ancianos intentaron curar a los heridos. Guecha sangraba profusamente y le vendaron la pierna con una manta. Una vez en Usme, Fucha limpió sus heridas y le brindó medicinas para aliviar el dolor. Pese a su esfuerzo, horas después los ojos de Guecha se cerraron.

La noticia viajó de boca en boca por todo el territorio muisca y parientes lejanos llegaron a Usme. Entre chicha, danza y llanto, se unieron en una gran fiesta que duró varios días.

El cuerpo de Guecha fue envuelto delicadamente en mantas y devuelto a la tierra. Sobre él, todos los participantes de la celebración depositaron fragmentos de cerámicas, semillas, huesos de animales y cuentas de collar.

La Hacienda el Carmen fue excavada entre el 2008 y el 2010, y fue declarada área arqueológica protegida por medio de la resolución 096 del 6 de junio del 2014, emitida por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.

Después de los primeros años del contacto con los indígenas, los españoles establecieron sus colonias en tierras americanas y la cultura muisca se dejó de transmitir de generación en generación. Sin embargo, nuestros abuelos campesinos y nosotros heredamos sus conocimientos sobre el territorio. Desde entonces, hemos trabajado esta tierra.

Con el paso del tiempo, la ciudad fue creciendo sobre los viejos asentamientos de nuestros ancestros indígenas. Para abrirle paso a los edificios, los constructores trajeron una jauría de retroexcavadoras. Con sus dientes perturbaron los suelos de la Hacienda el Carmen, que resguardaban desde hacía siglos nuestra historia.

— Al ver amenazado su hogar, los ancestros, liderados por Guecha, se levantaron una vez más para defender nuestro territorio, nuestra casa Usmeka.

don jaime

— Desde que los ancestros se levantaron para defender el territorio de Usme, fortalecimos nuestra lucha para que la ciudad no siga devorando la ruralidad del sur de Bogotá.

El reencuentro con nuestros antepasados muiscas nos llevó a crear la Mesa Usmeka para unir a diferentes sectores sociales en torno a la protección del patrimonio arqueológico y de las formas de vida campesinas.

El líder campesino Jaime Beltrán dedicó su pensamiento, sus pasos y sus palabras a cuidar de Usme, el lugar en el que nació. De sus ancestros aprendió a leer la luna y sus ciclos, a respetar el páramo, a caminar la montaña y a labrar la tierra, esa misma en donde hundió sus raíces y que transformó en suelo fértil para sembrar nuevas formas de existir y resistir.

guecha

— Gracias a nuestros nietos campesinos, hoy en día se preservan muchas de nuestras tradiciones. Además, como resultado de su esfuerzo, Usme cuenta con el área arqueológica del Carmen, un lugar en el que podemos reencontrarnos con ustedes para conocernos.

Los indígenas muiscas que yacemos en la tierra, esperamos que los habitantes de la sabana de Bogotá recuerden a los cientos de generaciones de personas que vivimos antes en esta gran casa en la que todas y todos cabemos.

La historia de Guecha está inspirada en los datos de la tumba 20, reportados por la Universidad Nacional. El hombre que fue enterrado en ella tenía 40-45 años en el momento de su muerte, y en su fémur derecho fue identificado el impacto de un proyectil de ballesta. Además, sobre su inhumación fueron encontrados 1200 fragmentos de cerámicas y 120 huesos de animales.